Si hay un deporte tradicional que goza de buena salud en el Archipiélago ese es, sin lugar a dudas, la Lucha Canaria. Con una tradición profundamente arraigada en todas las islas, el deporte vernáculo levanta pasiones en el público y cuenta con una cantera que le augura una larga vida y un futuro brillante.
Y es que, al margen de la bregada en sí, asistir a una luchada es un acontecimiento social, un momento de reunión, de encuentro, de disfrute en compañía. Un hecho especialmente notable en islas como Fuerteventura, donde la Lucha cuenta con una afición especialmente nutrida y varios equipos campeones de Canarias que, en muchas ocasiones, tienen entre sus filas luchadores de segunda y tercera generación.
Una práctica ancestral
Es imposible fechar el origen de la Lucha Canaria, pues esta práctica enraíza con los aborígenes del Archipiélago desde tiempos inmemoriales. Pobladores que, por desgracia, no dejaron esas referencias escritas que hoy nos permitirían desentrañar muchos de sus misterios.
No fue hasta la conquista castellana que aparecieron textos alusivos a los aborígenes, escritos muchos por los cronistas que todo lo documentaban y siempre, y esto es algo que hay que tener muy en cuenta, desde el punto de vista de quien observa, no quien participa.
Una de las primeras referencias se encuentra pocos años después de la conquista de Tenerife y con motivo de los festejos organizados en la Laguna para conmemorar el nacimiento de Felipe II, se puede leer en las actas correspondientes: «…que se provea de luchadores y que para la lucha se pongan seis varas de raso o damasco. Item que el luchador que venciere a tres luchadores, dando a cada uno dos caídas sin que reciba ninguna, que gane dos varas de la dicha seda, y como uno haya caído dos veces que no luche más».
Características básicas
El objetivo de la Lucha es que uno de los luchadores desequilibre y derribe al otro y consiga que toque el suelo con cualquier parte del cuerpo que no sea las plantas de los pies. El enfrentamiento se lleva a cabo en un espacio circular llamado «terrero», compuesto por dos círculos concéntricos de 15 y 17 metros de diámetro.
El terrero suele estar cubierto de arena o tierra batida, aunque en algunos lugares se utilizan materiales modernos como los tatamis, típicamente asociados con las artes marciales.
Históricamente, los terreros se ubicaban en plazas públicas, ya fuera al aire libre o bajo techo como la plaza de toros de Tenerife o el Campo de España en Las Palmas de Gran Canaria.
me desafía a luchar
me larga la zancadilla
yo me garraba con ella
ella me daba un desvío
le volví media cadera
ni ella me tumbaba a mí
VERSIÓN CANARIA DEL ROMANCE MEDIEVAL «LA SERRANA DE LA VERA»
En sus orígenes las luchadas surgían de forma espontánea en las zonas rurales después de las jornadas de trabajo, y también en las áreas urbanas como playas o parques con terrenos adecuados. Se daban bregadas espontáneas que comenzaban individualmente o en grupos organizados en bandos o pilas, con la frescura de una actividad de ocio para pasar el rato.
Con el paso del tiempo se fueron dando desplazamientos entre barrios, municipios e incluso islas para competir. Y fue con la formalización de reglamentos en los años cuarenta introdujo nuevas reglas, categorías por peso y equipos, y dejó atrás algunos estilos de lucha.
Una agarrada, o enfrentamiento entre dos luchadores, inicia cuando ambos se toman mutuamente la bocapierna derecha del calzón de brega con la mano izquierda, mientras la otra mano está en contacto con el suelo.
Cada equipo está compuesto por 12 luchadores, y gana el luchador que logre uno o dos triunfos parciales.
Las agarradas emplean diversos términos para describir las técnicas (arte, maña, geito). Las técnicas de agarre más comunes incluyen la Burra, Cogida de Muslo, Cango, Pardelera, Toque por Dentro, Toque p’atrás y Chascón.
Dentro de los equipos, destaca la figura del Puntal, un luchador con habilidades técnicas y físicas sobresalientes. Además, está el Mandador, encargado de seleccionar al luchador que debe salir al terrero.
Un valor: la nobleza
Quizá el término lucha, sobre todo para quienes no conocen esta práctica de las islas, podría asociarse con otros de corte negativo y bélico. Sin embargo, basta asistir a una bregada para acabar con cualquier idea preconcebida.
[…] No es el atleta aquel del recio brazo
de músculos que al hierro semejaban;
mas sí es el corazón que ama a su bando,
y allí al terrero a defenderlo marcha.
[…]
Fragmento de «El luchador», de Luis Dórese Silva
Además de que el objetivo de la lucha en sí es desequilibrar, nunca herir, hay un aspecto que puede no debemos dejar de poner de relieve y que refleja a la perfección los valores de este deporte: el desenlace de la agarrada.
Cuando uno de los contrincantes cae al suelo es costumbre que el otro se acerque, le tienda la mano y le ayude a levantarse. Una mano que nunca se desdeña. El abrazo entre ambos refleja que no se trata de adversarios, sino de rivales: dos personas que persiguen, de forma recta, el mismo fin, y que con nobleza aceptan el resultado del lance, sea el que sea.