Hoy, se cumplen 20 años de la tragedia más dolorosa acontecida en nuestra historia democrática, el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004. El hecho es reconocido y ha dejado una huella profunda en nuestra memoria. En esta fecha, se sucedieron una serie de explosiones en cuatro trenes de cercanías de Madrid, que supusieron la muerte de 193 personas y dejaron cerca de 2000 heridos, una mañana dramática para la ciudad de Madrid, dejando a un país conmocionado a tan solo 3 días de unas elecciones generales.
El terrorífico acontecimiento fue el resultado directo de la participación de España en la guerra personal de Aznar contra Irak. Una guerra injusta e inmoral, en la que nada tenía que ver nuestro país y que se justificaba con unas bombas de destrucción masiva que no existían.
Durante estos intensos tres días, víspera de unas elecciones generales, la información era muy dispar y confusa. Aunque las voces expertas trasladaban entre dientes que los artífices de la masacre podrían haber sido del terrorismo islamista, el gobierno del Partido Popular se atrincheraba en la mentira de culpar a ETA, con tal de volver a ganar las elecciones. Les daba igual mentir sobre los datos que afectaban a muertes de cientos de españoles.
Para ello, José María Aznar convocó un gabinete electoral para gestionar un atentado, en vez de convocar un gabinete real de crisis con responsables policiales y del CNI, personal especializado que fue marginado. No les interesaba analizar los datos reales, no pretendían avanzar en la investigación, su único interés era retrasar el resultado de su política internacional, que había ocasionado la muerte a 193 conciudadanos.
La premisa era puramente electoral: si los españoles acudían a votar pensando que el atentado era perpetrado por ETA, el PP ganaría otra vez las elecciones, pero si trascendía que los responsables pertenecían a la organización terrorista de Bin Laden, el ganador de las elecciones sería el Partido Socialista.
El país vio atónito como un Gobierno elegido democráticamente en las urnas, construía una realidad paralela basada en mentiras con todo el poder del estado y de la opinión pública, para buscar un interés partidista que nada tenía que ver con el interés general.
A partir de este momento, se genera una fisura en nuestro marco político y social, que no se entiende sin esta mentira, que es el germen inicial de la polarización y la fragmentación del sistema de partidos que había construido la Constitución del 78. Una parte de la población comienza a desconfiar y a deslegitimar a un sistema que no tiene soluciones ante semejante injusticia. De algún modo, supone la antesala de las Fakes News que crecerán de forma exponencial con las redes sociales.