ARTÍCULO DE OPINIÓN DE LA DIPUTADA DE NC POR FUERTEVENTURA NATALIA SANTANA
Cada 10 de junio se conmemora el Día Internacional del Diálogo entre
Civilizaciones, una fecha que debería estar marcada en rojo en el calendario de
la política internacional. No como una efeméride más, sino como una
advertencia ante lo que estamos dejando que ocurra. En un momento en que el
planeta necesita más que nunca respuestas comunes ante desafíos globales
—la emergencia climática, los flujos migratorios, la pobreza estructural o el
avance del autoritarismo—, hay dirigentes estatales y mundiales que parecen
empeñados en lo contrario: en devolvernos al feudalismo, al repliegue, a las
cruzadas ideológicas, a los fundamentalismos que utilizan la identidad como
arma. Volver a eso no es solo un error: es suicida.
Mientras se multiplican los conflictos armados y se normaliza la violencia
política, debemos armarnos de respuestas, no de herramientas para la muerte
y el sufrimiento. La paz no es una palabra vacía o una pose, ni el diálogo un
lujo para tiempos mejores. Es una apuesta de supervivencia colectiva. Y
Canarias puede, debe, ser ejemplo de ello.
Nuestra tierra es, por historia, geografía y voluntad, un punto de encuentro
entre civilizaciones. Hoy más que nunca se hace visible nuestra condición
tricontinental: en nuestras islas conviven personas de origen africano, europeo
y americano. Una convivencia que no es simple coexistencia, sino una
experiencia diaria de intercambio, respeto y aprendizaje mutuo.
Más de 100 nacionalidades distintas viven hoy en Canarias. Comparten barrios,
escuelas, hospitales, proyectos de vida. Eso es una apuesta a gestionar,pero
sobre todo un valor a proteger. Mientras en otras partes del mundo la diferencia
se convierte en motivo de exclusión o enfrentamiento, aquí demuestra que la
diversidad bien tratada no debilita: fortalece.
Canarias tiene ante sí la oportunidad de consolidarse como una plataforma de
paz y de diálogo real entre civilizaciones. Pero eso no se logra con discursos
vacíos. Hace falta educación pública que fomente la empatía, instituciones que
garanticen derechos para todas las personas, y políticas que desarmen el
racismo estructural que, muchas veces, se infiltra en nuestras administraciones
y discursos.
Yo soy nacionalista canaria. Creo en el derecho de mi pueblo a decidir sobre su
presente y su futuro, a tener voz propia y capacidad de gobernarse desde su
realidad concreta. Pero también creo, con la misma fuerza, que mi país debe
ser un ejemplo de encuentro, de acogida razonable y de diálogo. No hay
contradicción entre soberanía y solidaridad. No hay contradicción entre
identidad y apertura de miras. Canarias puede ser faro, puede ser puente,
puede ser ella misma sin renuncias. Puede ser la nación que de ejemplo.
Este 10 de junio no basta con conmemorar el diálogo entre civilizaciones: hay
que practicarlo, defenderlo y protegerlo de quienes quieren apagarlo. Y en ese
camino, Canarias no se debe rendir. Porque aquí creemos que la paz no es el
final del camino: es la única forma digna de recorrerlo.




