Santa Cruz de Tenerife, 7 feb (EFE).- La madre de la menor que ha denunciado haber sido violada por tres chicos, uno de ellos de 14 años, durante los carnavales de 2020, se opuso a presentar una denuncia en los juzgados porque había sido víctima de una agresión sexual y por experiencia sabía que “en un barrio lo que pasa después de que hayas sido violada es peor que la violación”.
La Audiencia Provincial acoge durante estos días un juicio a dos de los jóvenes mayores edad para los que la Fiscalía pide 10 años y medio de cárcel y una indemnización de 100.000 euros, mientras que el menor ha sido juzgado y su causa ha quedado archivada.
La madre declaró este martes que se enteró de la existencia de un video en el que se veía lo ocurrido porque se lo dijo una prima suya, hermana de uno de los acusados, después de que éste se lo contara, y en aquellos momentos pasaba por un mal momento dado que habían asesinado a su madre.
Lo único que pidió a los jóvenes fue que retiraran la grabación que estaba circulando por las redes, pero lo cierto es que seis meses después ante la insistencia del padre con el que la joven se fue a vivir interpusieron la querella.
“Mi madre se enfadó muchísimo con lo que había ocurrido y me dijo que íbamos a tener un problema en el barrio”, donde viven todos los implicados. “Que la culpa era mía. Ni en un segundo se planteó ir a los juzgados”, añadió la hija.
La joven relató que el 29 de febrero de 2020, cuando se celebraba el Carnaval coincidió con los dos acusados y el menor en la plaza de España.
La joven tenía 15 años y se había fugado de su casa recientemente, por lo que residía en la vivienda de una amiga a la que aquella noche había perdido en medio del mogollón.
Conocía a los tres chicos porque eran del barrio de Añaza y por eso aceptó cuando le ofrecieron que se quedara en una vivienda que tenían en Miramar.
“No seas boba a estas horas no vas a encontrar a tu amiga ni puedes volver a tu casa”, asegura que le dijeron para convencerla. En esta conversación inicial parece que ya se deslizó algún comentario de tipo sexual.
La menor admite que había consumido porros y alcohol, que estaba desorientada y quizás por ello ni siquiera se acuerda de cómo llegaron a la vivienda ni cuánto tiempo tardaron.
Sólo recuerda que nada más entrar los chicos “empezaron a vacilar entre ellos” y que como no había luz alguien encendió el móvil en teoría para alumbrar, pero según cree ahora era para grabarla.
Fue al cuarto acompañada de uno de los acusados con el que asegura que mantuvo relaciones consentidas y de hecho si el episodio se hubiera quedado en este punto no habría pasado nada.
Pero luego los amigos entraron y se fueron turnando mientras hacían comentarios al estilo de “ahora me toca a mi” o refiriéndose a alguna parte del cuerpo de la chica. Incluso le dio una cachetada al menor por una de las frases que le lanzó y en el caso de K. le hizo una felación porque eran familia.
Admite que al principio mostró cierta resistencia, no tuvo miedo, ni los acusados actuaron con violencia o amenazándola y que accedió a causa de la insistencia de los jóvenes y porque se considera una persona incapaz de “decir que no”.
Relató que en aquel momento “me pregunté ¿qué hago? No tenía tiempo para pensar, ni sabía lo que debía decir. Ellos sí lo tenían todo planificado desde el principio”. Recuerda que era K. quien mantenía el teléfono y que en un momento dado le rompieron un tanga que llevaba.
Horas más tarde fueron todos juntos en guagua al barrio de Añaza y ella acabó en la casa de su abuela.
Por la noche volvió a verlos a todos menos a A. y le ofrecieron volver a la casa pero no sólo se negó sino que les echó en cara el episodio del vídeo, de lo que culparon al menor. Ella decidió a refugiarse en un baño portátil con su amiga a la que le contó entre lágrimas que se había acostado con los tres chicos.
También declaró el menor. quien dijo que la joven no parecía ni borracha ni drogada, y que nunca pareció estar molesta mientras estuvo con ellos y que no la obligaron a hacer nada.
No recuerda el menos que le dijeran “malas palabras”, sino que por el contrario la vio “cómoda, no se negó en ningún momento a nada” y que, al menos su móvil, permaneció siempre apagado, por lo que no sabe quién fue el que hizo la grabación.
Cuando la madre se enteró de la existencia del video, según la hija, “estaba fuera de sí”, mientras que la respuesta de la joven fue que no se acordaba mucho de esa noche.
La progenitora le dijo que había visto el video pero, al parecer, lo hizo para intentar que la víctima contara lo ocurrido. Al final ésta acabó castigada y encerrada tres días en un cuarto del que pudo escaparse.
En todo momento la madre se opuso a presentar una denuncia pero sí pidió a los acusados que borraran la grabación de las redes por lo que la querella no se interpuso hasta agosto, cuando se fue a vivir con su padre y poco a poco le empezó a contar lo que había vivido.
La denunciante asegura que se atrevió a ver “un cachito del vídeo” en el que una voz dice: “mira si sabía que la estábamos grabando que le rompieron el sujetador”.
La menor había sufrido anteriormente dos agresiones sexuales, pero lo ocurrido en carnavales supuso un cambio notable de carácter; se volvió más violenta y rebelde y los enfrentamientos con su madre fueron cada vez más frecuentes.
Desde entonces recibe tratamiento psicológico y psiquiátrico, que se centran en su incapacidad de oponerse a las peticiones de los demás. Cuando ocurrieron los hechos estaba embarazada de cuatro semanas y abortó poco después.
La hermana del acusado y familiar suyo reconoció una serie de wassapp en los que informa a la madre de la existencia de la grabación y también le pide que no diga nada a su hermano.
Aseguró que nunca vio el video y que si lo dijo fue simplemente para intentar que la madre creyera lo que le contaba.
El padre fue el que insistió en presentar la denuncia varios meses más tarde, lo que una de las defensas interpreta como una maniobra para hacerle daño a su expareja. EFE