Perseguidas, encarceladas y obligadas a huir de Rusia, las Pussy Riot se han enfrentado a la peor cara del régimen de Vladimir Putin, a una dictadura que “creció poco a poco” y de la que resultó que “era tarde para salir de ella como si nada” cuando fueron conscientes de todo su peligro; por eso advierten a los países de Europa donde también crece el extremismo.
“Tienen elección, nosotros no la tuvimos”, asegura en una entrevista con Efe Olga Borisova, una de las componentes de este colectivo feminista de punk-rock, que acaba de recibir en Tenerife el Premio Alan Turing por su compromiso en la defensa de los derechos la comunidad LGTBIQ+ en un país como el suyo, Rusia.
Borisova subraya que desde hace diez años han soportado numerosos intentos por acabar con el grupo o, al menos, silenciarlo, pero asegura que eso solo las ha hecho más fuertes: “El Gobierno ruso actual está diseñado para intentar suprimir todas las opiniones disidentes, Putin puede acallar a quien quiera si así le parece y es lo que hace”.
Aunque su compañera Maria Aliójina, más conocida como Masha, ha proclamado abiertamente que las Pussy Riot ya no tienen ningún miedo, Olga Borisova matiza que tenerlo “no está mal”. “No somos superheroínas”, explica, “sino personas el miedo es un estado normal y legítimo, más aún cuando te están persiguiendo”.
Eso sí, subraya que no dejan que el temor las atenace, porque “este es el momento de luchar por lo que queremos, no podemos permitir que el terror nos domine porque los derechos están en peligro y necesitan que peleemos por ellos”.
Borisova admite que lo que sí hace mella es la incertidumbre, el “no saber qué va a pasar después de protestar, cuáles son las consecuencias que te van a perseguir después, porque ya las han habido… y han sido muy duras”.
El grupo las sufrió en 2012, cuando protagonizó la acción que las lanzó a la fama: una “performance” en la catedral de Cristo Salvador de Moscú donde pedían a la Virgen que las librase de Putin, bajo la proclama “Madre de Dios, echa a Putin”. A cuenta de es acción, Masha y a otras dos activistas terminaron e una prisión en Siberia.
“Por esto lo que hacemos es seguir actuando”, explica Borisova, “para poder dejar de estar asustadas si protestamos. El miedo a las consecuencias de luchar se elimina luchando”.
Una de sus denuncias frecuentes pone el foco en la homofobia del régimen de Putin. “En Rusia”, relata la compositora, “existe una ley contra la propaganda homosexual que pena la apología de esta orientación, pero ni el documento ni ningún político define exactamente cuál es el delito concreto”.
Bajo esa ley, continúa, si una pareja del mismo sexo se da la mano por la calle se expone a ser detenida por “propaganda”, de forma que “tú puedes salir del armario si quieres, pero no llevar una vida natural acorde con tu orientación sexual, porque nunca sabrás si vas a acabar presa por un beso, una caricia o una mirada”.
En la región de Chechenia es peor, denuncia Borisova, que asegura que allí existen prisiones específicas para miembros del colectivo LGTBIQ+. “Desaparece gente que, casualmente, tiene una tendencia sexual determinada. Y no vuelven a aparecer”, dice.
La privación de derechos en Rusia no solo golpea al colectivo LGTBIQ+, advierte, sino también a las mujeres, de forma que en muchos casos las víctimas de violencia machista “no se atreven a denunciar porque no se sienten protegidas por la policía y sienten que su declaración se puede volver contra ellas”.
En este momento, la cantante de las Pussy Riot ve claro cómo enfrentarse al Kremlin: la solución es el embargo, defiende. “Hay que hacer que este gobierno se deje de enriquecer a través de la venta de sus recursos naturales, porque, pese a la situación con Ucrania, está siendo un año muy exitoso para el territorio ruso”.
Respecto al premio que acaban de recibir a su participación en el Culture and Business Pride en Tenerife, el grupo se lo toma como “una gran oportunidad para poder hablar de derechos LGTBIQ+ y darle visibilidad a cómo están ahora mismo en Rusia”.
“Siempre que venimos a países occidentales nos tratan muy bien, tenemos una sensación de tranquilidad y seguridad. Pero, luego, volvemos a Rusia y hacer todas estas cosas, con tanta libertad, es imposible”, admite.
Si echa la vista atrás y reflexiona sobre estos más de diez años de activismo, Olga Borisova tiene claro qué ha sido lo mejor de pertenecer a este grupo subversivo: “El sentir que tienes una voz con la que puedes hablar sobre algo en lo que crees ante un público y que ese público se una a tus creencias”.
Duda más al pensar en el peor momento, pero finalmente detalla que la parte más amarga es “darte cuenta de que hay muchas realidades que ocurren cada día, pero que no puedes llegar a todas ellas”.
“Saber que hay cosas que se han podido evitar, que no forman parte del buen camino… Pero, al final, ves como todo acaba en guerra sin que pudieras hacer nada. Es muy duro”, lamenta. EFE