La ansiedad no es siempre mala, de hecho, es una respuesta natural de nuestro cuerpo. Pero, ¿cómo sabemos cuándo es útil y cuándo se convierte en un problema? Hoy vamos a descubrir las diferencias entre la ansiedad buena y la mala, basándonos en las ideas de los psicólogos Rubén Sanz y Cristina Carro en su libro Ansiedad: entenderla y manejarla.
Empecemos hablando de la ansiedad buena. Este tipo de ansiedad es como un amigo que nos avisa cuando algo importante está por suceder. Imagina que tienes una entrevista de trabajo mañana. Esa sensación de nerviosismo que te mantiene alerta y te motiva a preparar las respuestas es ansiedad buena. Nos impulsa a actuar, a estar preparados, a cuidar los detalles.
Otro ejemplo es cuando estamos conduciendo y alguien frena de repente. Esa sensación inmediata que nos hace reaccionar rápidamente también es ansiedad buena. Nos protege y nos ayuda a adaptarnos a situaciones de riesgo o que requieren atención inmediata.
La ansiedad buena está conectada con nuestro instinto de supervivencia, nos da energía y foco. Es la que nos permite sentirnos ‘en marcha’ cuando necesitamos estarlo.
Pensemos en algunos ejemplos más prácticos:
- Antes de un examen, sientes nervios que te empujan a estudiar más. Esa es ansiedad buena, te mantiene enfocado en tu objetivo.
- Si tienes que hacer una presentación importante, esos nervios pueden hacer que te prepares mejor y estés más concentrado.
Es importante recalcar que este tipo de ansiedad es temporal y desaparece una vez que hemos superado la situación.
Ahora hablemos de la ansiedad mala. Esta aparece cuando esos sentimientos de alerta no desaparecen, incluso después de que el evento o la amenaza ha pasado. Es como si nuestro cuerpo siguiera en modo de ‘alarma constante’. La ansiedad mala no nos permite relajarnos, genera síntomas físicos como insomnio, taquicardia, sudoración excesiva, o pensamientos catastróficos.
Un ejemplo sería sentir ansiedad constante en el trabajo, incluso en días tranquilos, o que un pensamiento negativo sobre una conversación o situación se repita sin fin en tu mente.
Un signo claro de ansiedad mala es cuando dejamos de disfrutar de lo que antes nos hacía felices, o cuando evitamos situaciones por miedo a sentirnos abrumados.
Algunos ejemplos comunes de ansiedad mala:
- No puedes dejar de pensar en todas las cosas que pueden salir mal antes de un evento, aunque sea algo que normalmente disfrutas, como una reunión con amigos.
- En el trabajo, incluso después de haber entregado todo bien, sigues dándole vueltas a la posibilidad de que algo haya salido mal y no puedes relajarte ni desconectar.
Este tipo de ansiedad interfiere con nuestra vida cotidiana y puede llevarnos a evitar situaciones o personas por miedo a cómo nos vamos a sentir.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando la ansiedad buena se transforma en mala?
Una estrategia clave es aprender a reconocer los signos tempranos de la ansiedad mala, como la tensión en el cuerpo o los pensamientos repetitivos, y aplicar técnicas de relajación como la respiración profunda.
También es fundamental practicar el ‘mindfulness’, estar presente en el momento y aceptar la ansiedad sin luchar contra ella. Si sentimos que estamos siendo arrastrados por la ansiedad, podemos intentar cambiar nuestra perspectiva: preguntarnos si realmente esta ansiedad está ayudando o si es una preocupación exagerada.
Finalmente, si la ansiedad mala se vuelve persistente o debilitante, es esencial buscar apoyo profesional. No estamos solos, y hay formas efectivas de manejarla.
Recuerda, la ansiedad puede ser tu aliada o tu peor enemiga; la clave está en aprender a escucharla, entenderla y convertirla en tu fuerza.”
